Antonio Manuel Moral Roncal | 27 de abril de 2020
En una Grecia hundida por la crisis económica, las promesas comunistas de Alexis Tsipras le permitieron llegar al poder. El tiempo demostró la vacuidad de su retórica populista.
El 25 de enero de 2015, Alexis Tsipras, líder de la coalición Syriza (Izquierda Radical) ganaba las elecciones parlamentarias griegas con un 36,3% de votos, tal y como todos los sondeos auguraban tras su victoria en los comicios europeos celebrados el año anterior. La sociedad helena, sometida a una enorme catarsis debido al impacto de la crisis económica de 2009, que había provocado el rescate del país por la Unión Europea -con la consiguiente política de austeridad y recortes del estado del bienestar-, unido al descrédito de los partidos tradicionales, le había llevado a creer en las promesas extremistas de un comunista del siglo XXI.
Tsipras prometió acabar con las desigualdades sociales, frenar la política de austeridad y las exigencias de la troika comunitaria. Aseguró que bajaría los impuestos, subiría los sueldos y aumentaría la protección social, para que «los de abajo» no pagaran los errores de «los de arriba», la derecha y los elitistas funcionarios europeos. Utilizó toda una retórica populista que luego sería imitada por Podemos y otros partidos de la izquierda radical. Sin embargo, Syriza no logró mayoría absoluta en el Parlamento, por lo que tuvo que hacer una serie de acuerdos con un pequeño partido nacionalista para formar Gobierno, el cual frenó cualquier amenaza de la izquierda radical contra la Iglesia ortodoxa y el Ejército.
A finales del mes de febrero, venció el acuerdo de rescate que había acordado el Gobierno anterior. Si Tsipras no lo renovaba, la economía y el Estado colapsarían, por lo que intentó una renegociación. Ante su fracaso, decidió presionar a la troika europea con la organización de un referéndum popular que decidiría la aceptación o el rechazo de la renovación del rescate. El 5 de julio se celebró el mismo, con el 61% de votos contrarios a los términos del acuerdo impuesto. Pero la troika no modificó su postura, al contrario de Tsipras. Este político populista aceptó las condiciones aún más duras del nuevo rescate, recortando más el estado del bienestar, olvidándose del referéndum y de sus promesas, ante el miedo a salir del euro y de la Unión Europea.
La oposición no supo manejar la decepción popular y Tsipras, para evitar mayor desgaste, convocó nuevas elecciones, que ganó con un 35% de votos. A partir de entonces, su gestión fue de mal en peor, en parte porque prefirió formar gabinetes con políticos mediocres y sin experiencia… pero fieles. Intentar acabar con el déficit presupuestario del 15% exigió ajustes en la legislación laboral, el aumento de impuestos, la bajada de salarios, el recorte de gastos sociales y la extensión del mercado negro. El paro alcanzó la cifra del 25%.
Sus promesas de reformar y regenerar la vida política no hicieron desaparecer los males tradicionales de la democracia helena: el clientelismo y la corrupción política. Trató de interferir en la labor del poder judicial, erosionando su independencia; intentó controlar los medios de comunicación, las universidades y la Administración en su propio beneficio político… tal y como había acusado de hacerlo a los partidos, Pasok (socialista) y Nueva Democracia (centroderecha), durante años.
Tsipras intentó desarrollar una política de acercamiento a China y Rusia para lograr inversores, compradores de deuda pública griega, al tiempo que intentaba meter miedo a la Unión Europa con este giro en política exterior. Sin embargo, ni la troika comunitaria se asustó, ni Grecia salió de la OTAN, ni rusos y chinos le dieron excesivas facilidades ni inversiones sin duras garantías. El reconocimiento de la vecina Macedonia como nación independiente, en junio de 2018, enervó a los nacionalistas griegos, defensores del monopolio identitario del legado de Alejandro Magno, indisolublemente unido a esa región geográfica. El abandono de sus promesas electorales, unido a la mala gestión gubernamental ante los incendios forestales, inundaciones y derrames petrolíferos, hicieron aumentar las críticas hacia Syriza. Bien es cierto que aceptó acoger a refugiados de la guerra de Siria, pero muchos griegos vieron que ello conllevaba nuevos sacrificios.
Al principio de su mandato, Tsipras se encontró con el rey Constantino II en una sala del aeropuerto de Atenas. El político comunista le preguntó qué consejo le podía dar. «Sea sincero con los griegos» fue la respuesta del viejo monarca. Después de cuatro años en el poder, no parece que Tsipras siguiera su sugerencia. Todas sus promesas de independencia y renovación cayeron en el olvido, echó la culpa de la situación de Syriza a sus corrientes internas, supuestas culpables de impedir la construcción de un partido fuerte y unido bajo su supremo liderazgo. Un modelo de partido que antes criticaba, por ser imitación de sus opositores.
En las elecciones europeas celebradas el 26 de mayo de 2019, Syriza quedó a diez puntos de distancia del ganador, Nueva Democracia, lo que obligó a Tsipras a convocar comicios parlamentarios. Dos meses más tarde, estos certificaron su derrota, mientras el centroderecha heleno volvía al poder con el 40% del voto. Cifra que nunca obtuvo Syriza, certificando su fracaso político.
El Movimiento 5Stelle, que llegó a ser el partido más votado en Italia, lucha ahora por evitar la marginalidad política tras su mala gestión en ciudades como Roma.
Lo que supone que el peligro de izquierdear se haya multiplicado exponencialmente en España por efecto del coronavirus.